Como algunos ya sabéis, estoy escribiendo una novela que mezcla un mundo medieval con dinosaurios. Aún no quiero desvelar muchos detalles de la trama, pero he decidido compartir con vosotros el primer capítulo para que veáis un poco el tono y el ambientillo que podréis encontrar en sus páginas. Espero que os guste :D
También lo he subido a WATTPAD: https://www.wattpad.com/user/AndoniGarrido
También lo he subido a WATTPAD: https://www.wattpad.com/user/AndoniGarrido
Este es el mapa del mundo, que igual os ayuda a orientaros, aunque todavía está sujeto a cambios. Si queréis estar al tanto de los avances que haga y de movidas de escritura iré comentando cosas en mi twitter: https://twitter.com/OtraHistoriaYT
Algunos personajes, dibujados por Virginia Berrocal
HADROSAURÓPOLIS - Libro 1
Por Andoni Garrido
CAPÍTULO 1
MAR
DE MOSA
Por
el cielo despejado de nubes surcó volando un pequeño pájaro de plumaje de
colores. Sus llamativos tonos anaranjados y rojos contrastaban con el azul
claro del horizonte. A unos pocos metros bajo el ave, se extendía un mar
infinito de olas. Agitando rápidamente las alas logró ascender con gran rapidez
hacia el cielo, buscando de nuevo un pedazo de continente donde posarse
próximamente.
Sin
embargo, su misión fue interrumpida cuando un afilado y prolongado pico dentado
se acercó a él por detrás. En un instante, casi la totalidad del ave multicolor
fue aprisionado entre los afilados dientes del Ornithocheirus, mientras éste
volaba ágilmente batiendo sus alas de casi un metro de longitud.
Esta
especie de reptil volador era fácilmente identificable por un rasgo que le
hacía casi único en la fauna del lugar. Poseía una doble cresta redondeada en
la punta de su morro, tanto en el extremo del pico superior como en el
inferior. Sus colores claros y poco saturados de color hacían que destacase muy
poco a lo lejos, lo que le venía muy bien para acercarse a sus presas y
abalanzarse contra ellas sin previo aviso.
Con
un hábil movimiento de cabeza y cuello, el Ornithocheirus terminó de engullir a
su presa y, cuando ésta hubo desaparecido por su esófago, siguió dirigiendo su
mirada hacia las turbias aguas de aquel extenso mar. Tenía hambre y le daba
igual si en el menú aparecían más pequeños pájaros o atrevidos peces que nadaban
a escasos palmos de la superficie.
Tras
unos segundos de espera, sus ojos amarillos avistaron un grupo de peces nadando
en formación. El Ornithocheirus detuvo su aleteo y se dejó llevar por el viento
para, segundos después, comenzar un progresivo descenso hacia el agua.
Sin
embargo, un depredador aún más temible se interpuso en su almuerzo.
Una
saeta cortó el aire hasta impactar firmemente contra el cuerpo del reptil
volador. La punta de hierro de aquel proyectil se incrustó entre sus costillas,
provocándole un doloroso espasmo. Su pico se abrió para dejar escapar un
graznido de dolor. La sangre comenzó a brotar y los movimientos del
Ornithocheirus se fueron haciendo más torpes y débiles.
Su
incontrolado descenso terminó cuando su malherido cuerpo chocó violentamente
contra la marejada.
A
unos metros de allí, Elora Mayana bajó su ballesta y sonrió con malicia. No
siempre atinaba el tiro, y más a una distancia tan lejana, pero hoy había
logrado acertar de pleno en su objetivo. Sin duda, pensó, aquello era un buen
presagio de lo que estaba por venir.
–Ahorra
flechas, Mayana–dijo una voz tras ella–, probablemente las necesitemos todas.
Elora
se volteó rápidamente al escuchar a su superior. El almirante Dimus Ejerjis le
miraba seriamente mientras se alisaba su barba blanca. La joven soldado sabía
que con su almirante no valían ni los chistes ni las excusas, así que se limitó
a una disculpa.
–Lo
siento, almirante– contestó mientras agachaba el rostro y dejaba que su largo
pelo oscuro y rizado taparan parte de su cara.
Dimus
Ejerjis se aproximó a ella a paso lento. Aunque ya estaba rozando los setenta,
todavía se sentía con fuerzas para comandar su flota en una última batalla. Una
batalla que devolvería la gloria perdida al País del Mar. O como ahora se
denominaba oficialmente, Imperio del Mar.
Hacía
un año que su pequeña república costera había decidido prescindir de los jefes
de gobierno electivos para pasar a ser comandados por un valiente general. Para
muchos, el único capaz de acabar con los males que aquejaban al país.
Uno
de esos males era la extrema desertificación de la zona sur del ahora imperio.
Otro, la falta de recursos para ponerse a la altura y competir con otros
grandes centros de poder rivales, como el Reino de Beyanca, situado al norte,
cerca del borde donde comenzaba la espesa Selva Infinita, y también como la
República Gremial de Hadrosia, en plena expansión por el continente y con un
desarrollo tecnológico sin parangón.
El
último punto, y la razón por la que su flota surcaba aquel Mar de Mosa, era el
de recuperar bastiones estratégicos que habían sido conquistados tiempo antes
por los hadrosinos.
Uno
de esos bastiones era la Fortaleza de Guizora, situada en una pequeña isla del
mismo nombre. Junto al Dominio de Ombad y La Garra formaban un pequeño
archipiélago justo en el centro del Mar de Mosa. Si lograban hacerse con
aquellas tres islas, ahora aliadas de Hadrosia, tendrían una gran base de
operaciones desde la que lanzar nuevas expediciones al continente.
Si
todo salía bien, claro.